24 RAZONES PARA LEVANTARSE TODOS LOS DÍAS

1. ¿El día mas bello? Hoy.
2. ¿El obstáculo más grande? El miedo.
3. ¿La raiz de todos los males? El egoismo.
4. ¿La peor derrota? El desaliento.
5. ¿La primera necesidad? Comunicarse.
6. ¿El misterio más grande? La muerte.
7. ¿La persona más peligrosa? La mentirosa.
8. ¿El regalo más bello? El perdón.
9. ¿La ruta más rápida? El camino correcto.
10. ¿El resguardo más eficaz? La sonrisa.
11. ¿La mayor satisfaccion? El deber cumplido.
12. ¿Las personas más necesitadas? Los padres.
13. ¿La cosa más fácil? Equivocarse.
14. ¿El error mayor? Abandonarse.
15. ¿La distracción más bella? El trabajo.
16. ¿Los mejores profesores? Los niños.
17. ¿Lo que más hace feliz? Ser útil a los demás.
18. ¿El peor defecto? El malhumor.
19. ¿El sentimiento más ruin? El rencor.
20. ¿Lo más imprescindible? El hogar.
21. ¿La sensación más grata? La paz interior.
22. ¿El mejor remedio? El optimismo.
23. ¿La fuerza mas potente del mundo? La fe.
24. ¿La cosa mas bella de todas? El Amor.



martes, 2 de noviembre de 2010

RECORDANDO A UN ÁNGEL



Una vez terminada la jornada, una vez pasado el mal trago de este día, me abrigo en este lugar para que el frío aliento de la muerte no me alcance. Ya pasado el Día de los Difuntos, ese día en el que los cementerios se llenan de flores y de visitantes que una vez año se dignan a rendir homenaje, o al menos eso dicen, a sus difuntos. Yo ante la venida de este día, mi única preparación es la de una humilde vela junto al retrato de mi madre, para que la guíe en su eterno viaje.

Dice un refrán que no valoramos a una persona hasta que la perdemos; cuánta verdad desprenden esas palabras. En muchas ocasiones tengo la sensación de que todavía huelo esa fragancia tan peculiar que desprendía mi madre o que se sienta a mi lado en la cama, tal y como hacía cuando yo era niño; saborear esas comidas cuyo toque especial sólo ella sabía darle; oír esas palabras de alivio que siempre aparecían en el momento adecuado. Todo lo anterior, después casi 5 años de ausencia de mi madre, me pesa como una losa y me abruma a cada paso que doy.


A día de hoy he conseguido superar la fase de duelo, pero lo que nunca conseguiré superar es la ausencia de la culpable de que yo exista, de que mis hijos existan, de que yo sea como soy, porque ella forma y siempre formará parte de mí. Por eso mismo no quiero dejar pasar la oportunidad sin que queden plasmadas estás palabras recordando a mi madre, aquella maravillosa mujer que en cuyos buenos momentos se desvivía por mí y en cuyos malos momentos, a raíz de su larga y grave enfermedad, me hizo sufrir sus malos tratos, los cuales a día de hoy no los considero como tales, sino desvaríos de una persona enferma, que por otro lado me han servido, en parte, para adquirir una madurez adelantada a mi edad. Pero aunque no sea creíble, no le guardo ningún rencor, al contrario, hace tiempo que pude perdonarla, y solo espero reunirme con ella para aclarar muchas cosas que quedaron pendientes entre los dos.

Por todo lo que una madre significa, y en especial, por todo lo que significa la mía, quiero decirle estás palabras, que seguro le llegarán allá donde esté:



Sufrías de día,
descansabas de noche,
lavabas y cocías murmurando los afanes
que dejabas regando los jardines...
Caminando en la calle te extasiabas

y tus ojos buscaban el encuentro
de la gente que amiga de sus cuentos
estrechaban tus abrazos.
Yo caminado junto a ti feliz seguía
el sermón que tus labios me decían,
las palabras que jamás fueron oídas
y que extraño después de tu partida.
Fue fuerte mujer de mandamiento
plasmada de montañas y de miedos,
de rezos, de oración, de desencuentro...
Y fue aquella,
que pensaba en mí mañana,
en mis horas felices del destino,
aquella que soñaba a solas,
que será de él, sin nunca decir nada.
Aquella que de niño me cargo en sus brazos
sufriendo en carne viva mis tropiezos,
la que me brindó sus besos,
sus caricias, sus abrazos.
En ella pienso hoy.

En ella que fue mi amor y mi querella
mi angustia, mi alegría,
la que con su aroma me impregnó la vida
dándome aromas para que sonriera
y yo dándole espinas para que sufriera.
En ella pienso hoy, sin ser olvido
a mi mente y corazón,
en ella pienso hoy como un suspiro,
como el ave que en un largo vuelo
hecho pedazos... nos dejó su nido.


Después de escribir estas palabras, las lágrimas invaden mis ojos, lágrimas de amargura que aún emanan de mi alma y que son como cuchillos que mantienen abierta la herida que causó la muerte ya esperada de mi madre. Pero seguro que aunque haya fallecido, está más cerca de mí de lo que se podría pensar, y vela, como mi ángel de la guarda, por toda mi familia, guiándonos por el buen camino y ayudándonos en todo lo que puede, y por ella son todos mis rezos y peticiones, éstas últimas, siempre a favor en estos momentos para mi hija, para que se recupere de un accidente que tuvo hace 2 meses, lo antes posible y de forma satisfactoria.


Mamá, gracias.


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